Ananse y Galeano
- gea2592
- 7 mar 2019
- 3 Min. de lectura

Estoy sentada sobre una esterilla con tela amarilla jaguar.
verbo= acción ➡️ ando, endo
Ando pensando, meditando sobre las experiencias recientes en este Calí, oís.
Todo ha sido muy movido y en sus tiempos, en los míos, los que hacemos nuestros.
Después del Darién salí por las montañas de la cordillera occidental, por una vía alterna que pasa entre cultivos de maíz, piña y tomate. Hacia delante veía los suelos rojos, amarillo quemado y diferentes verdes de la Reserva forestal de Río Bravo.
Una semana de acople y de encontrar mi ritmo como ya he mencionado. En casa de Andrés o mejor conocido como "Balin bikers" en Calima, aprendí una técnica de respiración para las subidas de las lomas: tomar un sorbo de agua en el paladar y regular el aire que entra y sale por la punta de la nariz; una relación entre el agua y el viento, y del control de los elementos desde el cuerpo, hasta sentir con cada pedaleo la mismísima continuidad de toda la vida en el planeta y ser el movimiento que nada pierde y todo transforma.
Siento mi cuerpo fortalecerse y mi corazón ensancharse. Les cuento que me caí y me levanté, y que además repito como mi mantra encima de la bici que SOY FELIZ, MUY FELIZ. Porque con ella entre mis piernas siento al viento mover mis cabellos y refrescar los mediodías, he podido ver a un águila coger entre sus garras a un ratón y volar entre las copas de los árboles.
Mirá, Caminaba por una calle de Cali
y tuve un encuentro mágico místico con Ananse, oís:
La energía de ella lo atrajo pasando una casa de esas antiguas y grandotas. Se trata de un homúnculo oaxaqueño y rebelde, un zapatista tamaño miniatura que por sugerencia de un amigo lo nombramos Galeano. Quien ahora es nuestro nuevo compañero de rutas.
A propósito de ello, creo pertinente presentar a mi compañera en este viaje.
Ananse nació hace un tiempo del trabajo de mis manos en sol-edad y del impulso infantil de seguir jugando con la vida. Lleva su cabello fucsia y trenzado, le gusta andar encuerada y su cuerpo moreno no siente culpas ni pecados, en su espalda carga con una raíz de mandrágora que pertenece a la familia de las solanáceas, como las berenjenas y los tomates, un grupo diverso de plantas que nos alimentan, nos envenenan, nos llevan a viajes alucinantes, nos calman el dolor y hacen que los jardines se vean bonitos.
Tiempo antaño, se decía que las brujas le agregaban mandrágora a las pociones y que eso era lo que hacía que volaran en sus escobas alrededor del mundo.
A la salida de Yotoco nos regalaron un atrapasueños que va en la cabrilla junto con Ananse. Es como la representación de la telaraña que ella teje, capaz de unir al cielo y a la tierra según cuenta la tradición oral de los ashanti en África occidental. Ananse es akan y significa araña. Ella es la manifestación de esta urdimbre del sentido que vamos tejiendo.
Anansi como también le dicen, no es simplemente una muñeca, con la mandrágora en su espalda, ella es también la guardiana de mi intuición, la que con un tirón de manos deposita un aliento divino que cobra vida y fuerza en el peregrinaje del bosque.
Galeano todavía es un misterio, su llegada tan oportuna y su tamaño tan minúsculo, me recuerdan a zapata y a emiliano, dos muñecos que traje de San Cristóbal en la última vuelta a México, el primero es alto y el segundo es mediano; Frida es defeña y Ramón es de las faldas del Chimborazo; loro y jaguar son leticianos de palma amazónica. Y ese constituye el mosaico de mi animada familia.
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