Tiempo de acople
- gea2592
- 6 mar 2019
- 3 Min. de lectura
Hace no ocho días que salí de mi casa en Armenia, tan sólo a 130 km de distancia, el paisaje, el acento y la cultura ya son diferentes.
Esta semana me encontré sentada en la mesa después de bañarme con la certeza de que ya estaba en el viaje que he venido planeando desde diciembre. Fue un poco extraño, más por la parte de: Y ahora qué hago? Ya estoy en ello, no? entonces, jajaja. Era como que había quedado desocupada already.
Pero pues no, siempre hay cosas por hacer: estar al servicio de la gente, organizar los pensamientos, leer, cantar uma cançao nova, apprendre le français, cocinar, dejarse sorprender y vivir los nuevos tiempos.
¡El Tiempo!
He sentido el paso del tiempo muy diferente, como más fluido y continuo, sin cortes ni pausas como los semestres en la universidad. Por ejemplo, hasta el último día de mi partida estuve en la organización de mis cosas, luego salir, montar la bici y seguir pedaleando. No hubo tiempo de llorar la despedida, no hacía falta; no hubo tiempo de sentarse frente al miedo a arrepentirme por las decisiones tomadas; no hubo tiempo para las parsimonias y los protocolos de la civilizada sociedad en la que vivimos. Todo ha sido tan natural como el río que nace en la montaña y desemboca en el mar.
Y movida por la curiosidad, llegué un domingo al atardecer al parque central de un pueblo al que hasta hace un mes nunca había oído hablar. Una estatua del indio Yotoco se mantiene erguida en todo el centro con su arco y su flecha. Me sorprendí gratamente de no ver a un colonizador español con su traje de fray ahí parado,
A lado y lado de las diez calles y diez carreras del pueblo se ve en tonos verdes y cafés la cordillera occidental, todo el día oleadas fuertes de viento refrescan el calor del valle, y como hacia las cuatro de la tarde los árboles, las ventanas y todo al paso se mueve con fuerza por la bravía de los ventarrones, es delicioso.
El tiempo pasa tranquilo y pacífico: la siesta después de almorzar, el ejercicio en la mañana, los tintos a media tarde con pan y las conversaciones que trascienden.
Me dice blanquita, mi anfitriona yotocense que aquí lo único difícil es conseguir empleo. Sólo una empresa "Carvajal" tiene presencia como industria, de resto la gente se tiene que movilizar a los pueblos cercanos para conseguir trabajo. Lo curioso es que cuando a ella le dijeron que estaba desempleada porque iban a cambiar de nicho, su expresión sólo fue de felicidad se movió por otras partes para construir su propio negocio, el cual ahora le ha dejado de ser interesante como para decidir recibir viajeros y llenarse los oídos de miel con las historias más absurdas o coherentes de varios lugares del planeta. Blanca es pequeña y delgada pero tiene unos ojos calmos que te interrogan con ansiedad. Tenés ganas de mundo, le digo yo y ella apenas se emociona pensando en soltar lo material construído con amor para saltar al vacío de la incertidumbre del viajero, y yo aprovecho para decirle a ella y a todas las chicas por ahí con sed, que se lancen a vivir los ciclos naturales y salvajes de sus cuerpos, que experimenten la practicidad; que de conceptos y teorías están llenas las bibliotecas que a penas unos cuantos intelectuales revisan para volver a escribir y a leer.
Y si bien todo ese mundo de las ideas ha sido importante, no podemos dejar pasar por alto el momento de la historia que estamos viviendo, el malestar de la cultura que ha brotado con fuerza en tiempos de posguerra y la posibilidad de nuestra generación de ir caminando la palabra, de ser el movimiento que transforma y las manos que construyen un mundo nuevo.
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